Seguro que alguna vez, al tomar café con un grupo de gente, alguien te ha contado que el inventor del azucarillo alargado se suicidó porque nadie supo entender cómo se utilizaba. Puede tratarse o no de una leyenda urbana, pero sí es cierto que no lo usamos correctamente.
Los azucarillos normales, es decir, los que tienen forma rectangular o cuadrada, contienen una pequeña parte de aire. Esto permite, antes de echar el azúcar al café, que el consumidor lo agite para así despegar los cristales de azúcar que se hayan podido pegar por culpa de la humedad. Luego se abre por uno de los extremos y se vierte en la taza.
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Azucarillos rectangulares |
Los azucarillos alargados prácticamente no contienen aire. El azúcar va comprimido. Están diseñados para partirse por la mitad, tal y como partirías un lápiz, y luego verter su contenido en la taza. Así, se ahorra espacio a la hora de almacenarse y se evita el agitar antes de usar y los trozos de papel sueltos por la mesa.
Después está el otro grupo de azucarillos alargados que están preparados para abrirse por un lado. Si el inventor del diseño levantara la cabeza…
Si duda, mi mejor opción son los ladrillos de azúcar comprimido. Más que por la comodidad, por la distracción al ver cómo se va deshaciendo a medida que se sumerge en la espumilla del café.
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Azucarillos comprimidos |
La próxima vez que te tomes un café y tengas la posibilidad de usar un azucarillo alargado, haz la prueba: pártelo por la mitad y deja que el azúcar caiga en la taza. Dime después cómo lo haces para no desparramar el azúcar por toda la mesa. Yo aún no lo he conseguido.